martes, 29 de mayo de 2012

Historia de un abrigo


La novela nos ofrece las historias de diversos miembros de la familia que formó la dueña del abrigo: su marido, sus seis hijos, sus nueras, sus yernos y algún otro personaje cercano. La construcción de la novela responde a un sistema de encadenamiento encaminado a proporcionar unidad a lo que es inevitablemente dispar.

Ricardo SENABRE en El cultural| Publicado el 07/07/2005

Cada capítulo, a partir del segundo, se centra en un personaje que ha aparecido mencionado o ha surgido fugazmente en un capítulo anterior. Así, el personaje que bosqueja la historia de Roberto Enciso en el capítulo 4 resulta ser el mismo desconocido que se había acercado a charlar con Gracia en el capítulo anterior. Por otra parte, se menciona que Roberto Enciso había estado casado y regentó con su mujer una panadería en un pueblo, y en el capítulo 5 se cuenta la historia de Malica, que es la panadera antes aludida y que ya en el capítulo inicial había sido mencionada como una de las hijas de la mujer fallecida. Toda la novela está tramada con este artificio constructivo, y los ejemplos podrían multiplicarse. Es un procedimiento ensayado en numerosas ocasiones. Entre nosotros, y en el último medio siglo, puede recordarse la temprana muestra de Las horas, aquella novela de Suárez Carreño en que el personaje desarrollado en cada capítulo surgía de una aparición fugaz del mismo en el anterior, en una especie de relevo narrativo un tanto mecánico. También Cela utilizó el encadenamiento en obras como Rol de cornudos y, de manera más sutil, con enlaces internos que forman un espejo tejido de relaciones, en La colmena.

El inconveniente de este procedimiento, aparte del riesgo de mecanicismo que encierra, es que los personajes queden simplemente abocetados, como siluetas que apenas llegamos a conocer. Hay que poner en juego muchos recursos imaginativos para singularizarlos, para que permanezcan en la memoria del lector como sujetos diferentes. Un novelista como Baroja -bien conocido por Soledad Puértolas- muestra una especial habilidad para delinear con trazos seguros esos personajes que en su obra aparecen a menudo fugazmente para desvanecerse poco después. En Historia de un abrigo no hay, claro está, caracterizaciones a la manera barojiana. Lo que cuenta al final son unas cuantas imágenes de unas vidas borrosas, vulgares, donde no existen acontecimientos extraordinarios y que, por otra parte, sólo descubren con nitidez la insuficiencia y superficialidad de nuestro conocimiento. Así, Mar deduce que “sólo ha conocido una parte de la vida de su madre, porque eso es lo que conocemos de las vidas de los demás, partes, trozos, fragmentos, incluso de las personas a quienes tenemos más cerca” (pág. 236). Es cierto, y esta impresión se aviene bien con el planteamiento y el desarrollo de la novela. Pero, aun conociendo sólo parcialmente esas vidas, los rasgos que las singularizan podrían ser más vigorosos. El hecho de que Blanca esté separada y su hermana Mabel se conceda un día libre a la semana, o que su hermana Gracia tenga un hijo problemático, son informaciones valiosas, pero insuficientes para distinguir adecuadamente estas vidas grises, marcadas por la frustración, el conformismo y la atonía sentimental. Hay, eso sí, algunos personajes y unas cuantas situaciones que han recibido un tratamiento más hondo, dentro de la sencillez deliberada del conjunto, en el que sobresalen las figuras femeninas. Junto a ellas, Dani, Borja, Augusto, Billy y otros varones son meras sombras. Sólo el muchacho patinador es equiparable, por la medida construcción del personaje, al friso de mujeres que llenan de melancolía las páginas de Historia de un abrigo.



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